Federación Estatal de Organizaciones Feministas

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Las Rapadas

Miércoles 24 de abril de 2024

Por María Rosón, Ana Pol, Maite Garbayo-Maeztu, Rocío Lanchares Bardají y Lucas Platero.

Desde el inicio de la guerra civil española, en el verano de 1936, a medida que las fuerzas militares que habían orquestado el golpe de estado contra el gobierno legítimo del Frente Popular (elegido democráticamente en febrero de ese año) iban “conquistando” terreno, se comenzó a aplicar un castigo muy concreto: el rapado de cabezas a las mujeres, pero también a chicas jóvenes y a niñas a quienes se asociaba con la ideología republicana. Las llamaron “las rojas”. Muchas de ellas habían tenido un papel activo en las políticas de izquierdas y en la nueva organización social asociada a la modernidad, militaban en grupos feministas y anarquistas, y tenían ideas distintas sobre el amor o el sexo; otras eran artistas o maestras.

Otras veces se las castigaba porque habían estado en contacto con personas más o menos destacadas ideológicamente o eran familiares de republicanos alistados en el ejército. También hubo mujeres acusadas de haber dicho algo en público a favor del Frente Popular, o que simplemente, no seguían las normas de comportamiento social y moral conservador que querían instaurar los golpistas. Este castigo sobrevivió a la guerra y se prolongó durante la dictadura. Podían ser denunciadas por alguien adscrito al régimen franquista, sin tener necesariamente una relación con las políticas de izquierdas o con quienes las habían promovido. Bastaba con que se las acusara y estuvieran en el punto de mira de las autoridades franquistas, para que se pusiera en marcha esta práctica represiva.

El objetivo del rapado del pelo a las mujeres era castigarlas públicamente y hacerlo visible. A modo de ritual, se trató de purificarlas de su contacto con el enemigo y, supuestamente, exorcizar el comunismo que podía habitar sus cuerpos. Era un castigo corporal y moral que quería ser un aviso aleccionador a todas las mujeres, de lo que les podía suceder si no seguían las normas asociadas al régimen dictatorial que se trataba de implantar, si se atrevían a romper de cualquier forma con los valores moralmente aceptados.

El castigo del rapado del pelo es una práctica de humillación que forma parte de las llamadas “violencias sexuadas”. El rapado siempre fue acompañado de otras prácticas intimidatorias, como el paseo y exhibición de sus cuerpos por el pueblo o la ciudad. También se las obligaba a ingerir un fuerte laxante, el aceite de ricino, que procuraba la rápida descomposición y defecación en público. Muchas veces incluyó violaciones (en grupo y/o o con objetos), palizas y golpes que podían tener como consecuencia problemas de salud o discapacidad para el resto de sus vidas. El rapado tiene un fuerte efecto visual debido al valor que tiene el pelo en su vínculo con la feminidad. Además de ser un castigo simbólico que trata de arrebatar la feminidad y la belleza normativa, intenta también generar una deshumanización y produce una serie de violencias que no son siempre visibles.

El objetivo del rapado del pelo a las mujeres era castigarlas públicamente, a modo de ritual, para purificarlas de su contacto con el enemigo y, supuestamente, exorcizar el comunismo que podía habitar sus cuerpos.
Este castigo no estuvo organizado a través de normas o de una legislación concreta. Se trató de una práctica violenta y desestructurada, que se replicó por toda la geografía del estado español, y que tuvo una aplicación sistemática en la represión durante la guerra y posguerra. El ejército fascista, en cuyas filas se encontraban militares que se habían formado en las campañas africanas, ya había ensayado previamente a la guerra civil con diferentes formas de violencia deshumanizadora en la guerra de Marruecos, usando la violencia sexual contra una población femenina norteafricana, que además era señalada racialmente. Los militares africanistas practicaban una violencia colonial en la que se podía encontrar una extraña mezcla de repugnancia y deseo como las que se despliegan en la impunidad que se produce en la represión de una guerra. La violencia sexual contra las mujeres en las conquistas de territorio, las contiendas bélicas y las guerras no era algo nuevo. Aunque el reconocimiento de su uso como arma de guerra no se produce hasta los años noventa, con las cruentas guerras y genocidios producidos en Bosnia y Ruanda, que producen importantes cambios en la legislación internacional.

El Estatuto de Roma (1998) señala que cuando esta violencia sexual es una práctica sistemática, se trata de un crimen contra la humanidad. La diferencia entre una agresión sexual y la violencia sexual tiene que ver con su práctica sistemática.
Algo que también es importante en esta práctica represora del rapado es que hubo mujeres que fueron disidentes, que sí rompían con las normas sociales y morales de la época, aunque estuviera prohibido.

Sabemos que las mujeres estaban acusadas de similares delitos que los hombres, rebelión militar o adhesión y auxilio a la rebelión, y aunque recibieron menos condenas a muerte, sí experimentaron otros tipos de represión, como las violencias sexuales asociadas al rapado o condenas a prisión, entre otras. A través de los testimonios también sabemos que hubo mujeres que estuvieron implicadas directamente en acciones políticas, que se negaban a ser solo víctimas de la represión y a acatar las normas sociales imperantes, y que a través de sus prácticas cotidianas podían generar disidencias. Quizás porque fueron prácticas muy pequeñas y casi invisibles al control social, pero que podían suponer una bocanada de aire en el que respirar y ser algo más libres. Esta capacidad de sobrevivir a pesar de todo, de reescribir en sus cuerpos la represión para cambiar las letras de las canciones, de presumir de la trenza de pelo cortada por un franquista, de enamorarse de quien han querido, de escupir en la comida del señorito, nos deja ver a través de sus testimonios que la represión propia de una dictadura tuvo fisuras. Reconocer que también se resistieron a cumplir con las leyes del franquismo puede ser muy importante para nosotras a día de hoy, ya que muchos de estos testimonios son poco conocidos o permanecen todavía en el ámbito familiar

El rapado del pelo de las mujeres en España reside en una memoria que está impregnada por la vergüenza y el silencio, carente de documentación y de estudio específico, por lo que acudir a los testimonios de varias generaciones es fundamental. Por una parte, es difícil recordar y poner palabras a esta práctica represiva para quienes la sufrieron, pero sin esta memoria podría parecer que nunca sucedió.
Así la reparación comienza muchas veces con el reconocimiento.

Especialmente cuando se atravesó un tiempo de obligado silencio y de negación, como fueron los cuarenta años de dictadura en los que se clausuró cualquier posible reelaboración de lo sucedido y durante los que se impusieron las narraciones y representaciones de los perpetradores. Por ello estas experiencias traumáticas, siguen reverberando a través de las siguientes generaciones

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Las Rapadas

La guía Las rapadas forma parte de la colección Hacer memoria.

SACAR A LA LUZ. LA MEMORIA DE LAS RAPADAS (Documental)
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