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¿Qué tiene que ver el sexo con la raza?
Verena Stolcke
Miércoles 16 de diciembre de 2009
Podría suponerse que las mortíferas atrocidades que cometió el régimen Nazi durante la segunda gran guerra europea hubieran desacreditado de manera definitiva la doctrina racista que éste empleó para justificarse. La realidad fue otra. Hacia los años setenta del pasado siglo la ideología racista y/o la noción de raza volvieron a erguer sus monstruosas cabezas. No obstante, feministas y lesbianas afro-americanas de EEUU denunciaron casi al mismo tiempo a sus compañeras blancas y la deplorable ceguera racial que éstas manifestaban al no percatarse de la desigualdad específica a que estaban sometidas las mujeres negras en función de su condición de clase, de raza y en tanto que mujeres cuyas experiencias y demandas no encontraban cabida política, ni en el movimiento feminista ni anti-racista. Se acuñó así el término interseccionalidad con la intención de dar cuenta de cómo se articulan las múltiples dimensiones, diferencias y desigualdades en la vida de las mujeres negras. Desde entonces teóricas feministas en especial en EEUU han investigado y escrito en abundancia sobre la intersección entre género, raza y clase aunque la pregunta que planteo en esta conferencia: ¿Qué tiene que ver el sexo con la raza? continúa careciendo de una respuesta clara.
Roger Bastide, el destacado antropólogo francés fascinado por le enigmática cuestión racial en Brasil ya en 1961 había señalado que en ese país “la pregunta ‘raza’ siempre produce la respuesta ‘sexo’”.1 En esta conferencia – de cierto modo siguiendo estos pasos de Bastide pero desde una imprescindible perspectiva feminista – precisamente me propongo reflexionar sobre las circunstancias históricas y los motivos ideológicos de la interrelación dinámica entre sexo, género y ‘raza’. Pero en lugar de enveredar por derroteros teóricos abstractos usaré como trasfondo concreto la Cuba esclavista del siglo XIX.
Estuve en Cuba 1967-68. En el archivo nacional de la Habana encontré una documentación asombrosa sobre lo que hoy se denominaría la intersección dinámica entre valores sexuales y convicciones raciales vigentes en la isla a lo largo del siglo XIX. La lectura atenta y bastante demorada de un gran número de legajos referentes a causas civiles suscitados por matrimonios interraciales, por oposición paterna a un matrimonio por la desigualdad del novio, o causas criminales por raptos con fin matrimonial, me enseñó una sociedad en la que las elites blancas estaban literalmente poseídas por una intensa preocupación con su preeminencia social vinculada con el honor familiar que, a su vez, dependía de la estricta vigilancia de la honra sexual de sus mujeres. Las mujeres dichas de color, en cambio, eran vistas como objetos dóciles de los devaneos sexuales de los hombres blancos. ¿Pero qué tenía que ver este cuadro victoriano de costumbres socio-sexuales con las convicciones raciales? La cuestión central no eran las diferencias dichas raciales sino la voluntad política de discriminar. El argumento dominante en el siglo XIX occidental para justificar las desigualdades sociales eran las clasificaciones y descalificaciones raciales. Los tipos raciales eran considerados innatos y por lo tanto hereditarios. Pero cabe recalcar que era necesario justificar las desigualdades sociales atribuyéndolas a deficiencias innatas porque prevalecía al mismo tiempo la convicción típicamente moderna de la igualdad de todos los seres humanos.
El mundo colonial hispano-americano había dado origen a una multitud de gentes mezcladas que los conquistadores engendraron primero en las mujeres indígenas y en las africanas mas adelante. Las consiguientes incertidumbres raciales agudizaron las angustias reproductivas de las elites aumentando el control socio-sexual de las mujeres blancas. El ideal para asegurar la preeminencia social-racial era el matrimonio intraracial; potenciales matrimonios interraciales eran, en cambio, rechazados y daban origen a concubinatos mas o menos inestables entre hombres blancos y mujeres de color, así como al rapto como estrategia de algunas parejas de jóvenes para superar una oposición paterna debida a su desigualdad socio-racial.