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Mujeres en las elecciones de EEUU
Domingo 28 de octubre de 2012
En días como hoy, hace cuatro años, Cindy Sheehan, la madre de Casey, muerto durante la invasión de EE.UU. a Iraq, encabezaba las protestas por la paz y los derechos civiles, en las calles de EEUU. Mujeres, jóvenes y pacifistas se convirtieron en el principal respaldo del demócrata Barak Obama que prometía poner fin a las infames guerras, cerrar el centro de tortura de Guantánamo y conducir la económica mundial a buen puerto. Cuatro años después, Cindy, en una carta dirigida a él, al que llama “Republicrata” le acusa de “mandar a nuestros hijos a morir en guerras o matar a los hijos de otras madres” (pues, 1303 soldados han muerte en Afganistán durante su mandato), de mantener abierto el Guantánamo, de aumentar los ataques de los aviones sin piloto en un 300% desde los años de Bush, de que su Programa Presidencial de Asesinatos (“Presidential Assassination Program), por el cual Obama puede mandar a ejecutar a cualquier persona dentro y fuera del país, con una orden, y de ratificar La Ley de Autorización de Defensa Nacional con la que cualquier ciudadano puede ser detenido indefinidamente. ¡Por eso recibe el apoyo de Colin Powel, el Secretario de Estado del gabinete de Bush!
Otra mujer, Jill Stein, candidata de los verdes, llegó a ser detenida cuando quiso denunciar en una universidad, el dominio del bipartidismo en la campaña electoral.
Las mujeres políticas se mueven en un círculo dominado por los hombres: son sólo el 16% de los congresistas y el 8% de los alcaldes. El techo de cristal envuelve hasta la primera dama, Michel, calificada para altos cargo, que sin embargo se dedica a las tareas de hogar.
Transformar las condiciones económicas y sociales, promover la igualdad de mujeres, ampliar sus oportunidades para crear equilibrio entre el trabajo y la vida familiar, no está en los planes de ninguno de los señores candidatos.
Durante su mandato, Obama ha llevado a cabo algunas iniciativas para paliar las profundas desigualdades que sufren las mujeres en materia de salud, educación e ingresos: crear el Consejo de la Casa Blanca para las Mujeres y las Niñas, aprobar la ley Lilly Ledbetter a favor de la equidad salarial para el mimo trabajo, suprimir la ley que exige a las ONGes que reciben fondos públicos para trabajar con los países pobres, de abstenerse de abordar el tema del aborto, y el plan de la Asistencia Asequible que facilita el acceso a la atención sanitaria a las mujeres y obliga a las aseguradoras a cubrir la totalidad de los gastos de control de natalidad (y el aborto que cuesta unos 500 dólares), mamografías, pruebas de VIH, y otros pruebas, y sin derecho a objeción de conciencia. Mitt Romney ha prometido drogar la última.
Que la cuestión del aborto – legal desde 1973- irrumpa en los debates electorales y que un candidato republicano diga que “los embarazos frutos de una violación son ‘intención de Dios” -para que se prohíba el aborto incluso en estos casos (que Bush sí los admitía)-, es porque una de cada cinco mujeres ha sufrido una violación. Unas 683,000 mujeres, en su mayoría negras y pobres, fueron violadas en 2010, y luego acusadas por los Pro-Vida de “genocidio”, por ser las que más abortan. Y ahora, los políticos, en vez de diseñar una sociedad libre de hombres que se creen, como género, dueños del cuerpo y la vida de la mujer “por la gracia de dios”, debaten qué hacer con el resultado de la agresión. Romney, otro sexista, ha sugerido que en vez de destinar ayudas públicas a las madres solteras, ellas deberían encontrar un marido. ¿Por qué Dios no evita las violaciones, las guerras, los desahucios, o el nacimiento de esta clase de individuos oscurantistas?
En EEUU, el 52% del electorado es mujer. De allí concurso para ganar su voto. En 2008, el 56 % votó a Obama, aunque el presidente perdió su apoyo en las elecciones del Congreso en 2010.
La omnipresente lucha de clase
“Mujer-útero”, es la dimensión que tiene la mujer en la mente de ambos candidatos. Que las féminas exijan el derecho a decidir sobre su cuerpo no les quita el reivindicar una vida digna como ciudadana. La tasa de pobreza, que es mayor en EE.UU. que en otros países occidentales, tiene aquí además rostro femenino, en todos grupos raciales y étnicos. Las afros más que las latinas, y éstas más que las blancas. Ellas empobrecen más que los hombres, y las mayores de 65 años doblan el número de varones sin recursos. Son el 60% de los 43 millones que viven en la miseria. Los 15,5 millones de menores, sus hijos, también forman parte de esos excluidos en el corazón de la primera potencia mundial.
En los últimos dos años, 450.000 mujeres han perdido su trabajo, muchas solteras y cabeza de familia. El gobierno de Obama presume de haber creado unos 5 millones de empleo, aunque las malas lenguas revelan que podría tratarse de un truco en el censo: colocar parte de los desempleados en la población inactiva, e incluir en la lista de los empelados a quienes sus trabajos no estaban considerados como empleo.
Y todo ello, en medio de los derroches y lujuria de la familia Obama: medio millón le costó a los contribuyentes la visita de Michel y las hijas a España (2010), y otros 10 millones la señora gastó un año después en vacaciones; otros 4 millones gastaron en el viaje del fin del año del 2011.
Las mujeres, que sufren el aumento del precio de alimentos, vivienda, sanidad, educación y gasolina, recuerdan cómo el presidente incumplió la promesa de eliminar el impuesto sobre la renta de los ancianos de pocos recursos, e incrementarlo a los ricos, y mientras seguía vinculando el negocio militar con el gasto público, inyectaba millones de dólares a los mismos bancos que desahucian a miles de personas. Hoy, su presencia en el movimiento Ocupar Wall Streat es contundente.
Obama minimizó los problemas reales de los ciudadanos y perdió la credibilidad. El “change” se quedó en más de lo mismo, y es aquí donde Romney juega su carta. Ninguno convence.
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