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Mitos sobre la violencia sexista
Domingo 21 de diciembre de 2008
Un nuevo año tenemos que seguir saliendo a la calle para mostrar nuestra repulsa por la violencia sexista. No sabemos cuántos más nos quedarán pero esta claro que viendo las estadísticas estamos todavía muy lejos de poder dejar de sentir vergüenza e indignación por vivir en un mundo donde ser mujer sigue suponiendo un riesgo vital. Me gustaría reflejar y desmontar solo algunos de los errores y mitos que siguen estando muy arraigados socialmente y que nos impiden buscar los recursos adecuados para prevenir y erradicar en palabras de la ONU; “el crimen encubierto más extendido en toda la humanidad”.
¿Cuáles son estos errores? El primero tiene que ver con el por qué y el origen de esta violencia. Esta claro que para poder tratar algo debemos de analizar y combatir no solo sus síntomas sino realizar un buen diagnostico etiológico del problema. Vayamos parte por parte ¿Hay una violencia en el mundo específica contra las mujeres por el hecho de ser mujer? La respuesta es un rotundo y lamentable SI. ¿Cuál es su origen? El origen de esta violencia, que las organizaciones feministas llevamos más de 30 años denunciando, no es otro que el SEXISMO, que se refuerza mediante el uso de la violencia y que a la vez se sirve de esta como uno de los mecanismo para mantenerse. Un sexismo que sigue determinando comportamientos (género) y poder desigual en base al sexo. Aquí entramos de lleno en otro de los errores, con clara intencionalidad política, y es el cómo nombrar esta violencia. Al nombrarla como doméstica solo estamos determinando el contexto en que se produce y por otro lado invisibliza el resto de formas de violencia sexista, además de intentar vincularla con aspectos del mundo de lo personal y con actos aislados, en vez de con su marcado carácter ideológico, estructural y político. Por otro lado el género también distorsiona ya que estos delincuentes nos agreden por nuestro sexo y no por nuestro género, aunque se sirvan del mismo para justificar sus delitos. No podemos obviar que el uso de la violencia tiene un sentido instrumental por parte de quién la ejerce pero que además es un excelente mecanismo de control y una estrategia de dominación sobre cualquier grupo al que se quiera someter, en este caso las mujeres.
Debemos de abordar la violencia no como hechos aislados sino enmarcándola dentro de la estructura sexista que la legitima con la paradoja de que son los únicos delitos donde la victima se siente culpable y el agresor se siente victima de las consecuencias que pudiera acarrear su delito, “porque al fin y al cabo hizo lo que un hombre tiene que hacer”. Los violentos más salvajes matan entre 70 a 90 mujeres anualmente, pero la violencia tiene más cifras sangrantes como que hay más de dos millones de mujeres maltratadas (Instituto de la Mujer) y unas veinte mil mujeres violadas cada año (Urra) ,la mayoría de ellas no denunciadas, y esto sólo en el Estado español. O que el consejo de Europa alertarse ya en el 2000 acerca de que la violencia sexista es la primera causa de invalidez o muerte para las mujeres europeas de entre 16 a 44 años. La violencia más directa la sufren mujeres concretas pero hay un temor generalizado en las mujeres a ser victimas de la misma. Que determina que las mujeres nos situemos frente a la vida entre “puedo y no puedo” mientras que los varones lo hacen entre “el quiero y no quiero”. Un ejemplo de esta violencia simbólica aparece cuando preguntamos a las mujeres de nuestro alrededor si caminan de diferente forma y por los mismos sitios de día que de noche, aunque nunca hayan sufrido violencia directa. O que muchas de las mujeres que acuden a los cursos de autodefensa feminista señalen que entre los factores que les generan inseguridad esta el hecho de ser mujer. Esta inseguridad o miedo es un excelente limitador de los derechos humanos además de un limitador de la capacidad de elegir libremente y consecuentemente un grave déficit democrático. Pero ahora deberíamos preguntarnos como se refuerza socialmente el miedo y la sensación de vulnerabilidad de las mujeres así como el uso de cierto grado de violencia, a través de los diferentes medios de transmisión cultural ( desde la objetualización del cuerpo de las mujeres, el concepto del amor como posesión,“la idea de quién bien te quiere te hará llorar” ) o con los mensajes que lanzamos a las jóvenes tipo al de“cuidado con lo que haces, con quién vas, que anda mucho loco por ahí suelto” que no hacen si no aumentar la inseguridad (porque no explican de quién, cuando o de que nos tenemos que defender).Por otro lado, sirven para culpabilizar a la mujeres de lo que las pueda pasar y nos devuelven una de las falsas creencias con respecto al agresor y sus motivaciones. ¿Cuáles son los mitos más dañinos a la hora de abordar esta violencia?
1º-¿Quién va a ser el agresor? Ese es uno de los mitos a erradicar ya que mientras sigamos pensando que la violencia se debe a causas ajenas al deseo de poder de estos agresores sobre las mujeres, seguiremos esperando un arquetipo de agresor irreal.
2º-¿Pero de qué se tienen que defender las mujeres? De todas las actitudes que tengan con ver con actitudes de control, de desprecio, del sexismo más salvaje pero tan bien de esa violencia sutil que se sigue justificando no solo por el entorno social de las mujeres agredidas, sino incluso por el propio agresor con frases como “chica no seas tan borde” “si no es para tanto que exagerada que eres” que además de infravalorar la violencia de baja intensidad cuestionan la propia racionalidad y el criterio de las mujeres para decidir cuando algo o alguien las esta agrediendo.
3º-¿Qué mujer? Cualquier mujer ya que la violencia sexista no entiende de clase social, de edad, nivel cultural, etc., Al respecto hay un mito muy extendido, (hace unos meses un juez de Valladolid considero que una mujer con estudios universitarios no podía ser víctima de maltrato psicológico por parte de su compañero), que sostiene que la mujer agredida va a ser una mujer mayor, sumisa, sin recursos, sin formación, en definitiva alguien que no es capaz de defenderse. Cabe recordar que de la muertas del 2005 una de cada tres era menor de 30 años.
Si no rompemos con estos mitos estaremos otra vez errando tanto en el análisis, como en la búsqueda de soluciones eficaces, como a la hora de dotar a las mujeres de los recursos para enfrentarse a los agresores porque no sabrán de quién, de qué o cuando tienen que ponerse alerta y por tanto actuar porque están en peligro.
Corresponde a los poderes públicos velar por el respeto de los Derechos Humanos y promover un mundo sin discriminación así como actuar frente a los agresores y a las ciudadanas/os de a pie el respetarlos y denunciar su vulneración. Por eso seguiremos estando en la calle, en los bares, en los centro de estudios, en los trabajos, en las casas y allí donde estemos denunciando la violencia sexista. Porque YO NO AGREDO NI PERMITO LAS AGRESIONES A LAS MUJERES.
Maitena Monroy Romero
Profesora de autodefensa
Militante de la Asamblea de Mujeres de Vizcaya