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Maternidades lésbicas que luchan por el reconocimiento
Martes 25 de diciembre de 2012
Un “padre genético” ha reclamado en Madrid los derechos de paternidad a una pareja de lesbianas con las que acordó donar su esperma para tener una hija. A partir de este caso analizamos cómo los cambios en las familias y en la esfera de la reproducción no están amparados ni reconocidos por las leyes españolas.
Hace casi diez años el filósofo Beatriz Preciado hablaba de las “multitudes queer” para señalar espacios comunes de identidad (o de desidentidad política), lugares críticos para desnaturalizar la sexualidad, el género y las relaciones afectivas. Estas multitudes queer o LGTBQ (lesbianas, gais, Trans, bisexuales, queer) suelen dibujar sujetos con identidades subalternas, vidas interseccionales que podrían compartir complicidades, estrategias de resistencia y simpatías mutuas.
Tanto es así que muchas autoras y autores nos han recordado la importancia que tienen las relaciones de amistad para la gente transmaricabollo, multitudes queer, o llámele usted como quiera, la-gente-fuera-de-la-onda-heteropatriarcal. El caso es que, por ejemplo, la investigadora estadounidense Kath Weston nos decía en los ’90 que la gente LGTB constituíamos “familias elegidas”, donde la solidaridad y el cuidado mutuo nos ayudaban a sortear la imposibilidad de pertenencia a la familia y las redes donde imperaba la heteronormatividad.
Se escribió mucho sobre la importancia de estas redes de amistad, como forma de resistencia frente al VIH y al sida en los años ’90. Afortunadamente, José Ignacio Pichardo nos recordó que los fenómenos y expresiones sociales que se estudian en otros sitios no se pueden cortar y pegar, y que en España la mayoría de gays y lesbianas piensa que familia sólo hay una (la biológica). El resto de personas “importantes” forma parte de otro tipo de redes con un estatus menor.
Estas relaciones de amantes, amistades, ex, compañeras de todo tipo conforman una serie de vínculos para los que no tenemos nombre, aunque son una forma estupenda de protegernos y crear hogares, pero también son un lugar de conflicto invisible. Es un tabú hablar de lo mal que nos llevamos a veces con nuestras aliadas y aliados, de las traiciones y espirales violentas que nos envuelven, en un entorno social y legal que está necesariamente equipado para reconocer sólo aquellas relaciones, formas de parentesco y vínculos que reproducen la heteronormatividad.
Lo biológico prima ante todo
Me refiero al caso actual de una pareja de lesbianas que tuvo una hija en Madrid gracias al esperma donado por un amigo gay con el que establecieron un acuerdo para formar parte de una red de relaciones de apoyo y alternativas a la familia heteropatriarcal. El donante hacía posible un proyecto de vida y parentesco a un matrimonio de lesbianas, quienes generosamente le ofreccieron un lugar en sus vidas por desear vivir otra forma de familia que no reprodujera normas sociales imperantes.
El amigo fue parte consciente de este acuerdo y ha tenido una relación con la niña, no tanto como progenitor al uso ni como cónyuge, sino como un amigo íntimo de la familia. Han pasado los años, pero ahora él decide reclamar su paternidad, amparándose en los privilegios que le concede las leyes heteronormativas imperantes y ante las que tiene todos los derechos como “padre biológico”.
En el último juicio celebrado el pasado noviembre, la juez reconoció los derechos al varón como padre biológico, si bien nunca fue “padre” en el sentido de progenitor, sino como parte de un acuerdo consensuado para conformar otro tipo de relaciones familiares. Y como parte de este acuerdo donó su esperma. Al mismo tiempo, la magistrada ha invisibilizado a una madre no gestante, a la que reconoce como cónyuge pero no deja demostrar su convivencia y rol maternal durante todos estos años.
Este caso de maternidad lésbica desamparada bajo unas leyes que no reconocen sus derechos resulta especialmente relevante, aunque no es el único. Ni aquí ni en otros países estamos libres de un marco legal supuestamente igualitario que beneficia a las partes reconocibles dentro de una “familia nuclear”.
El derecho español abraza la posibilidad de que un donante de esperma y amigo se convierta en un progenitor, pero prima el hecho biológico y no la conformación de un acuerdo entre partes privadas. Esto denota el sexismo con el que están pensadas las leyes. Ni siquiera el hecho de que la pareja lesbiana esté casada supone una protección frente a esta hija, que ahora legalmente tiene un padre y una madre (con el reconocimiento de madre y padre biológicos), pero que ha perdido en este proceso a una madre, que no es reconocida.
De amistades, traiciones y pérdidas
Este caso podría ser una noticia aislada de una respuesta misógina particular ante la cual reaccionar, si no fuera porque se sitúa en un contexto global de heteroseximo, donde se generan privilegios y exclusiones muy determinadas.
Es importante hablar de este caso porque sacude con fuerza la noción de amistad como forma de familia de elección aproblemática. Casos como éste hacen reflexionar sobre las ideas de traición y de pérdida de confianza en las relaciones más íntimas, aquellas amistades que te ayudan a llevar a cabo tus sueños, quienes participan de tus momentos más privados. Y también repensar la alianza entre gays y lesbianas para ser disidentes de un Estado que impone reglas sobre el parentesco, la filiación, la sexualidad y el amor.
Personalmente, no deseo una mayor regulación de filiación, sexualidad o parentesco por parte del Estado, pero pienso en esta familia lésbica y en otras, y necesitamos soluciones. Me surge pensar en algún tipo de cambio legal que sitúe al donante de esperma como una persona que puede y de hecho consiente hacer una “donación”, un “regalo biológico”, una entrega íntima que no le dará llaves para cambiar de idea según te vaya la vida y robar a una hija.
Este acuerdo se podría hacer en una notaría o en un registro. También se podría se podría crear un mecanismo que permita establecer que los acuerdos tienen una validez, que no sólo se sella con las palabras o un acuerdo entre iguales. Porque luego viene una juez y -ante el pánico sexual que genera la evidencia de otras familias fuera de la heterosexualidad y fuera de la clínica privada que saca la pasta- le urge privilegiar una única noción de familia, y por tanto los derechos de paternidad de un varón agraviado frente a una pareja de lesbianas.
Me indigna especialmente lo que supone la traición de los vínculos íntimos que tanto hemos defendido en los movimientos LGTB y que tan importantes son. Y me indigna que las leyes que se nos vendieron como igualitarias, que iban a ser el fin último del activismo LGTB, no sirven para el reconocimiento de las formas de familia que inventamos cada día.
Me pregunto qué tenemos que hacer para que de una vez por todas se nos caiga la venda del buenismo, del supuesto buen rollo de las multitudes queer y planteemos con honestidad y compromiso otras formas disidentes de estar en el mundo que no necesiten cumplir las normas sociales que ya sabemos que no funcionan.
Tres referencias bibliográficas:
Pichardo Galán, José Ignacio (2009). Entender la diversidad familiar: Relaciones homosexuales y nuevos modelos de familia. Barcelona, editorial Bellaterra.
Preciado, Beatriz (2004). Multitudes queer. Notas para una política de los "anormales". Revista Multitudes nº 12 Accesible online
Weston, Kath (1991/2003). Las familias que elegimos. Lesbianas, gays y parentesco. Barcelona, editorial Bellaterra.
Ver en línea : Diagonal