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Cuando todas queríamos ser Jorge
Beatriz Azpiri, de FeministAlde
Jueves 5 de febrero de 2015
Cuando todas queríamos ser Jorge
“Jorge iba vestida como de costumbre, o sea exactamente igual que un muchacho, con shorts y jersey. Siempre había querido ser un niño y no contestaba nunca cuando la llamaban Jorgina. Por eso todo el mundo la llamaba Jorge”
Enid Blyton
Las que crecimos en la década de los 70 del siglo pasado teníamos muy poca literatura infantil,que se reducía casi exclusivamente a los libros de Enid Blyton, pero nos encantaba leer. Leíamos, comentábamos, nos intercambiábamos y escenificábamos estos libros de aventuras.Los de Los Cinco eran nuestros preferidos y jugábamos a ser sus personajes.La primera en elegir personaje siempre elegía Jorge:una niña un poco marimacho, solitaria, libre y rica. En aquella época,todas queríamos ser Jorge.
El estereotipo de la mujer frágil y sexy no tenía el éxito que tiene hoy en día entre las jóvenes. En los 70, las mujeres eran directamente ciudadanas de segunda por ley con menos derechos y tal vez por eso, el patriarcado no tenía la necesidad de convencer a las mujeres de su debilidad ya que la ley no permitía el espejismo de la igualdad. Soñábamos con ser libres y ricas, aunque para ello hubiera que ser solitarias y marimachos.
Las vascas, además, nos socializamos en una sociedad en la que mujer ideal era una mujer fuerte, valiente y trabajadora, en una sociedad desexualizada y muy desagregada por sexos.El sistema sexo-género en el contexto rural vasco tradicional presentaba ciertas particularidades respecto a los estereotipos de género que hacía que hasta las mujeres más heteros y que menos cuestionaban el patriarcado, tuvieran también un look algo butch, lo que se denominó la pluma vasca.
De la pluma vasca…
La organización social rural vasca estaba dirigida al mantenimiento del caserío. El caserío, la casa, era la base de la sociedad. El caserío no era sólo la unidad reproductiva, sino también la productiva. Solía ser una unidad (casi) autosuficiente que aseguraba la supervivencia de los que vivían allí: la familia extensa, criados, etc. El caserío surge en el s. XII, alcanza su apogeo en el s. XV y se ha mantenido hasta hoy, aunque ya casi ha desaparecido como unidad productiva.
El caserío se transmite por línea patrilineal al mayor de los hijos varones,y no se divide (el caserío no me pertenece, yo pertenezco al caserío. Esto es importante). Las hijas se casan “a otro caserío”. De ahí que en euskera se diga “a” donde te casas y no “con quién”. Si el caserío es rico se espera que tengas una vida desahogada, si es pobre, tendrás una vida peor.
Para organizar el intercambio (hetero)sexual que, a pesar de la represión sexual, de hecho, siempre tiene lugar, la sociedad tenía que buscar modos para que, en una época en la que no había anticonceptivos farmacológicos, se mantuviera el número de hijos en el mínimo posible. En relación a ésto, Miren Llona alude a la desexualización de la sociedad rural vasca, a los matrimonios tardíos, planteando que se trata de una sociedad muy segregada por sexos, (cuadrillas, txokos…) que produce el mito o la realidad, según cuánto se interioricen estas formas culturales de que en Euskadi se liga poco.
En el caserío, el papel de la etxekoandre era muy importante y su status superior al del ama de casa de la sociedad industrial. Ella lo “gobierna”. La riqueza del caserío aumentará o se perderá según la gestión de la mujer, de su inteligencia y de su trabajo. La etxekoandre lo gestiona todo, pero nada es suyo porque como hemos dicho antes, la propiedad es patrilineal y pasa al mayor de los hijos varones. Las mujeres son desposeídas de los frutos de su trabajo. Por decirlo así, tienen el usufructo del fruto de su trabajo, no su propiedad.
Así pues, el trabajo de la etxekoandre es fundamental para la riqueza del (dueño del) caserío. De ahí que el ideal de mujer no puede ser la “princesa” frágil, débil, etc. sino la mujer que corta leña con el hacha, que siega, que cava la huerta…
Esto explica la “pluma vasca”, las mujeres de pelo corto, ropa deportiva y ademanes “masculinos” que eran muchas en una época. El ideal de mujer vasca era una mujer fuerte que anda en el monte, no en el asfalto con tacones y, como diría Mari Luz Esteban (más o menos), a lo largo de la vida esto conforma el género y los cuerpos.
En la sociedad tradicional vasca estaba bien visto que las mujeres fueran trabajadoras, fuertes y físicamente potentes. La fuerza y el valor eran atributos que se esperaban de las mujeres.
…al flequillo de Clara Lago
Como la irreductible aldea gala de Asterix y Obelix, la sociedad vasca ha resistido invicta al estereotipo de mujer sexy invasor durante mucho tiempo. Aún hoy, perdida la batalla, opone su resistencia. El look predominante de las jóvenes de hoy en día es el que luce Clara Lago en la película Ocho apellidos vascos. Sí. Las jóvenes vascas se han dejado melena. Melenas cada vez más largas y voluminosas.Es cierto que llevan un flequillo que se pretende rebelde. Pero ese flequillo es “identitariamente vasco”, y tiene género.
Aún con melena, quedan en los institutos de las zonas rurales, jóvenes fuertes de caserío que destacan en campeonatos de siega o que arrastran piedra, pero son cada vez menos. Y no son “populares”. Ahora las chicas prefieren otro look, con menos músculo. De hecho, en el patio del instituto se ve a menudo alguna ambulancia que ha ido a atender a una joven que se ha desmayado por ir sin desayunar. Triunfa el look que las bertsolaris Uxue Alberdi y Ainhoa Agirreazaldegi llaman panpina(muñeca).
Y es que se puede ser vasca sin tener pluma.Una pena.