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Ciudades Feministas.El derecho a la casualidad en las ciudades.

Izaskun Sánchez Aroca

Jueves 22 de enero de 2015

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A pesar de vivir en Madrid empecé a moverme en bici hace un par de años. Y digo a pesar porque, como muchas otras ciudades, Madrid es hostil, hay mucha contaminación (es habitual que se superen varias veces al año los limites permitidos de dióxido de nitrógeno), está llena de cuestas y su configuración hace que se parezca más a un conjunto de grandes arterias de coches unidas por pequeños barrios o calles desiertas que a un espacio en el que viven personas con diferentes necesidades.

Las ciudades son elementos centrales de socialización, contribuyen a que naturalicemos determinadas relaciones de género, de clase o raza, limitan nuestros comportamientos y nos enseñan, en parte, qué espacios podemos y debemos ocupar. Y aquí entra el asistir con normalidad a controles policiales racistas, el acoso callejero en forma de piropos o el no atravesar determinadas calles por las noches. Todo dependerá de nuestra diversidad, de si somos migrantas, blancas, negras, latinas, no tenemos papeles, somos precarias, niñas, trans, viejas, jóvenes y tenemos diversidad funcional.

Todas tenemos nuestro mapa de fronteras invisibles en la cabeza que responde a diferentes realidades. Un mapa que si se mira desde la óptica de las agresiones machistas, en muchos casos, se ve condicionado por las instituciones y los medios de comunicación, que de manera reiterativa victimizan a las mujeres como categoría esencial y buscan culpabilizarlas. Baste con recordar algunas recomendaciones del Ministerio del Interior el pasado mes de agosto para evitar las violaciones: echar las cortinas, llevar silbato, cambiar el nombre de tu buzón si apareces sola, eran algunas de las perlas aconsejadas desde la cartera dirigida por Jorge Fernández Díaz.

En mi caso, la socialización en el miedo a ser agredida tiene sus efectos, pero tengo mucha suerte y la bici, mientras mi cuerpo me lo permita, además de darme muchas alegrías y como precaria ahorrarme más de 650 euros al año en el abono transporte, me deja disfrutar de una vuelta a casa por las noches sola, a la hora que quiera, pasando por calles oscuras o incluso descampados. Algo que puede sonar un tanto ridículo ya que lo lógico sería que pudiera sentirme libre de hacerlo andando a cualquier hora del día.

La ciudad marcada por un profundo origen patriarcal y neoliberal, nos socializa en el consumo, la violencia, el machismo, el éxtasis de la velocidad, el estrés y las desigualdades. Sin embargo hablar de espacios urbanos también implica hablar de afectos, relaciones de apoyo, cariño e innumerables aprendizajes. Las ciudades son muchas cosas. Las tensiones son constantes y cada día reinventamos nuevas estrategias para resolverlas a través de la bici, del pequeño comercio de debajo de casa, con una amiga, las vecinas de tu barrio, pequeñas intervenciones en el mobiliario urbano o una asamblea de barrio surgida a calor del 15 M.

En este proceso de comprender la ciudad creo que es indispensable el análisis y la mirada del feminismo que, como movimiento plural e inacabado, elabora continuamente respuestas a los límites que el patriarcado y el neoliberalismo intentan imponer en la diversidad de vidas de las mujeres.

Gran parte de la crítica feminista al urbanismo, como en muchas otras disciplinas, se centra en la supuesta neutralidad y universalidad de las ciudades. Ideas tras las que se esconde el sujeto de privilegio y de derechos de la ciudadanía, lo que María José Capellín denomina como BBVA (Blanco, Burgués, Varón y Adulto). Un sujeto autosuficiente, que trabaja en esfera productiva y cuya movilidad, como explica Pilar Vega, se caracteriza por ser pendular: del trabajo a casa y de casa al trabajo. El BBVA se desplaza por una ciudad de grandes avenidas, hecha para los coches, donde los espacios están muy segmentados y las necesidades parecen estar aisladas: el ocio, el trabajo asalariado y los servicios como escuelas u hospitales se encuentran siempre a grandes distancias de los hogares. Ciudades sin calles, vecindarios, ni barrios, en los que el espacio público se asimila al solar que queda entre el polideportivo y el bloque de la urbanización. Ciudades donde el centro se gentrifica y cada vez se construyen más infraestructuras y viviendas en las periferias, siempre respondiendo a las necesidades del capital: expandirse y acumular.

Así el urbanismo "neutral y universal" pone en el centro las necesidades del neoliberalismo y su sujeto de privilegio (que casualmente es el protagonista de la mayoría de anuncios de coches) frente a los intereses reales de las personas. Recuperando un concepto del ecofeminismo se podría hablar de un modelo de ciudad soporte, donde apenas existe el vínculo con el territorio en el que vivimos ya que éste sólo sirve para desplazarse de un lugar a otro. Este es el modelo de ciudad en la que ha estallado la burbuja inmobiliaria, la del distrito 38 de Barcelona, la Seseña de Paco el Pocero en Toledo, los PAU de Vallecas en Madrid o el Bollullos de Sevilla. Ciudades que además se han abierto a los mercados globales a través de la "imagen marca" aterrizada de la mano de diferentes aberraciones arquitectónicas firmadas por célebres profesionales y grandes proyectos como las exposiciones universales o las olimpiadas. Son ciudades para seres perfectamente autónomos concebidas desde las dicotomías: lo público frente a lo privado, los hogares, lo productivo frente a lo reproductivo, la naturaleza y la cultura, lo masculino y lo femenino, lo legal frente a lo ilegal.

Es un urbanismo que, recuperando la definición de Amaia Pérez Orozco sobre la economía neoliberal, impone su noción de vida que merece la pena ser vivida. Un ideal que sólo puede ser alcanzado por ese patrón de varón omnipotente. El diseño de estas ciudades no tiene en cuenta ni el medio ambiente, ni los colectivos considerados como no productivos o dependientes, como los niños y niñas, las personas mayores o las personas con diversidad funcional. Son ciudades para seres autónomos que sin embargo no promueven la autonomía.

Frente a esta ciudad moderna, el feminismo y el ecologismo social muestran que la realidad no es dicotómica y que lo productivo y lo reproductivo forman parte de una misma narrativa, que muchas mujeres hacen doble jornada dentro y fuera, trasladando el interior de los hogares a las calles, visibilizando los conflictos y contradicciones de los cuidados, porque las ciudades más que soportes, son contextos en los que vivimos como seres ecodependendientes e interdependientes, donde nos relacionamos, movemos y comportamos de distinta manera, generamos lazos, resignificamos los espacios y hacemos todo lo posible por satisfacer nuestras necesidades no sólo físicas, sino también emocionales.

Puede parecer una contradicción y hasta algo ingenuo hablar de "ciudades vivibles y feministas" cuando éstas superan el millón de habitantes pero, como de hecho ya se está haciendo, se puede empezar por los barrios, por nuestros bloques, por recuperar los espacios públicos y reapropiarnos de los equipamientos y de las calles a través de una ciudad mucho más participada.

Las propuestas feministas para las ciudades, como demuestran decenas de teóricas y activistas, van más allá de añadir datos desagregados o indicadores, trascienden las políticas de paridad o meras coletillas sobre la igualdad. Desbordan la idea de ser un mero eje de análisis para entrar de lleno en la transformación. Reivindican poner en el centro de las políticas urbanas las necesidades de las personas, un urbanismo que promueva el derecho a la casualidad, los encuentros fortuitos y desmercantilizados, el derecho a salir de las lógicas empresariales de eficacia y eficiencia en el uso del tiempo, el derecho a respirar aire limpio, a vagar sin rumbo por el mero placer de vagar, a socializarnos a través de prácticas no patriarcales y antirrepresivas. El feminismo reclama que a través de las políticas urbanas se contribuyan con la redistribución y visibilización de lo reproductivo y se potencie una vida digna, autónoma y segura sea cual sea nuestra condición.


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