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Así enterró Irlanda a 10.000 mujeres
Martes 2 de abril de 2013
Dublín pide disculpas por la “represión sexual” contra miles de mujeres, encarceladas en conventos durante 90 años por transgredir la moral religiosa.
Maureen Sullivan, una mujer irlandesa de 60 años, agarró las manos del primer ministro: “Pide perdón por todas nosotras”, le dijo. Enda Kenny, ya se había comprometido a hacerlo antes de conocerla, pero entonces no sabía que llegado el momento rompería a llorar. Maureen creció en una nación de moral profundamente arraigada en el catolicismo, que engendró una sociedad patriarcal “decidida a controlar la sexualidad de la mujer”. En febrero acudió al Parlamento para oír cómo el primer ministro reconocía y pedía perdón “en nombre del Estado, del Gobierno y del pueblo de Irlanda” por haberla encerrado junto a otras niñas y mujeres de moral y comportamiento inaceptables.
A los 12 años fue internada en un convento donde la obligaban a trabajar de seis de la mañana a doce de la noche, 365 días al año, sin cobrar. Durante años, más de 10.000 mujeres y niñas irlandesas entraron contra su voluntad en estas instituciones, que funcionaban como cárceles y lugares de “penitencia”. Irlanda se sirvió de ellos para lavar sus trapos sucios: prostitutas, madres solteras, chicas con compañías sospechosas, huérfanas devueltas por sus familias de acogida cuando se acababa la subvención, pacientes de psiquiátricos, indigentes, hijas ilegítimas, víctimas de violación en sus hogares, malas estudiantes... “Trabajábamos de rodillas, nos castigaban de rodillas, rezábamos de rodillas”, recuerda Maureen.
Existían diez conventos con “régimen de semiesclavitud y tortura” para mujeres (cuatro en Dublín, dos en Cork y el resto en Waterford, New Ross, Limerick y Galway). Funcionaron de 1922 a 1996. En el 96, las Hermanas de la Caridad, que gestionaban el más grande del país en High Park (Dublín), vendieron parte de sus terrenos. Las tierras contenían una fosa común llena de penitentes. Las monjas y el constructor se repartieron los costes de exhumar, incinerar los cadáveres y enterrar las cenizas en el cementerio de Glasnevin, donde una placa recuerda a las víctimas. Pero encontraron 22 cuerpos más de los documentados. Había 135 cadáveres y no supieron encontrar sus nombres. Todas fueron rebautizadas con el mismo nombre: Magdalena. En Irlanda, los conventos donde las mujeres eran encerradas y forzadas a lavar, coser y pulir zapatos se conocen con el sobrenombre de Magdalene laundries (las lavanderías de las magdalenas).
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